domingo, 16 de marzo de 2008

Dánae y Perseo IV

En cuanto se quitó el casco, las hermanas de Medusa comprendieron que habían sido engañadas. Salieron de la caverna y se lanzaron en su búsqueda. Perseo estaba listo para hechar vuelo con sus sandalias cuando Pegaso, a su vez, salió de la gruta relinchando.
De un salto, el héroe subió al caballo alado que voló por los aires. Con el rostro azotado por el viento, Perseo estaba radiante de felicidad, ¡había vencido a Medusa y estaba montando el más fabuloso de los caballos! De la bolsa que llevaba en la mano, se escapaban numerosas gotas de sangre. Cada una de ellas, al caer al suelo, se transformaban en serpientes. Esta es la razón por la cual hoy hay tantas serpientes en el desierto.
A la noche siguiente, Hermes se le apareció a Perseo. El héroe agradeció al dios por sus consejos y por su ayuda; le devolvió la hoz y le pidió que restituyera a las tres grayas el casco de Hades y las sandalias aladas; pero por supuesto se guardó la bolsa con lo que contenía...
Una noche, en el camino de regreso y mientras atravesaba una región árida y escarparada, Perseo decidió hacer un alto. Poco después, llegó un gigante. Esta vez se trataba de un coloso tan grande como un volcán, y mantenía curiosamente los brazos alzados.
-¿Qué haces aquí, extranjero?- gruñó-. ¿Sabes que estás muy cerca del jardín de Hespérides? ¡Rápido, vete!
-¡Estoy agotado!- explicó Perseo-. Déjame dormir aquí esta noche.
-De ninguna manera. ¡Mi trabajo no soporta la presencia de nadie!
Perseo no comprendía. Quiso defenderse.
-¿Cómo, te atreves a insistir?- refunfuñó el gigante adelantando un pie amenazador-. ¡Pequeña larva, haré de ti un bocado!
Entonces, el héroe sacó de la bolsa la cabeza de la gorgona cuyo poder, lo sabía, seguía intacto. ¡Se la extendió al gigante que quedó... pasmado! En un segundo, su cuerpo se había transformado en una montaña de piedra. Perseo exclamó:
-¡Era Atlante! ¡He petrificado al que cargaba al cielo sobre sus hombros!
Desde ese día, el gigante se vio liberado de su carga. Y el peso del cielo es soportado por la montaña que lleva su nombre.
Cuando Perseo llegó a la isla de Sérifos, corrió hasta el palacio a presentarse ante el rey Polidectes. Al ver a su madre, se preocupó. El soberano, furioso le lanzó:
-Dánae se escapó! Se niega a casarse conmigo. Se ha refugiado en un templo con mi hermano Dictis, el pescador. Espera la protección de los dioses. Estoy sitiando su guardia, no aguantarán mucho tiempo más. Y tú, ¿De dónde vienes?
-Señor- respondió Perseo-, he cumplido con lo que usted me pidió: le traigo la cabeza de Medusa.
Incrédulo, Polidectes estalló en malvadas carcajadas.
-¡Cómo! ¿Y entra en esa pequeña bolsa? ¿Pretendes haber matado a la gorgona? ¿Cómo te atreves a burlarte así de mi?
-Esta bolsa es mágica- dijo Perseo, que disimulaba mal su cólera-. Crece y se achica en función de lo que se mete adentro.
-¿La cabeza de Medusa allí adentro?- se burló el rey-. ¡Me gustaría ver eso!
-A sus ordenes, señor: hela aquí.
El héroe tomó la cabeza de Medusa y la blandió frente a Polidectes. El rey no tuvo tiempo de responder ni de asombrarse: se transformó en piedra en su torno. Y cuando los soldados y los cortesanos reunidos iban a arrojarse sobre él, Perseo les extendió la cabeza de la gorgona, ¡al punto que quedaron todos petrificados en ese mismo instante!

domingo, 9 de marzo de 2008

Dánae y Perseo III

Perseo se deshizo en agradecimientos. Se puso las sandalias y se echó a volar con una torpeza que hizo sonreír a Hermes. El dios de los voladores le hizo una seña:
-Nos sacudas los pies tan rápidamente... El vuelo es una cuestión de entretenimiento... ¡Aprenderás enseguida!
Perseo, lleno de alegría, se dirigió hacia el poniente: ¡gracias a los dioses que velaban por él, ya no dudaba de que vencería a Medusa!
Atravesando bosques y ríos, se encontró con las ninfas, jóvenes divinidades de las florestas y las aguas. Encantadas por el coraje y el andar de ese joven héroe, le indicaron la guarida de las Gorgonas.
Cuando Perseo llegó al medio de un desierto y descubrió la entrada de la caverna, tembló de terror: alrededor no había más que estatuas de piedra. Allí estaban todos los que habían enfrentado a las Gorgonas y que habían sido petrificados por su mirada. Hasta aquí, Perseo no había medido la dificultad de su tarea: ¿ Cómo decapitar a Medusa sin dirigir su mirada hacia ella?
Sin embargo, se arriesgó en el antro oscuro, revoloteando. Penetró en el corazón de la caverna donde resonaban ronquidos. Luego vio un nudo de serpientes que se contorsionaban levantando hacia él sus cabezas que silbaban. Enseguida desvió la mirada y le murmuró, con el corazón palpitante:
-Las Gorgonas están adormecidas... ¡Los reptiles que tienen por cabellera van a revelarles mi presencia! No puedo de ningún modo matar a Medusa con los ojos cerrados. ¡Ah! Atenea- suspiró-, diosa de la inteligencia, ven en mi ayuda, ¡inspírame!
Una luz iluminó la gruta... y apareció Atenea, vestida con su coraza, y armada. Su mirada era bondad.
-Estoy conmovida por tu valor, Perseo. Toma, te confío mi escudo. ¡Enfrenta a Medusa sirviéndote de su reflejo!
Perseo se dió vuelta y comprendió de inmediato. Ahora, podía avanzar hacia los tres monstruos: extendía delante de sus ojos un escudo de la diosa, ¡tan liso y pulido como un espejo!
Las tres Gorgonas ya se agitaban en su sueño. Con su cuerpo recubierto de escamas y sus largos colmillos puntiagudos que erizaban sus fauces, eran en verdad horribles. Perseo ubicó rápidamente a Medusa, en el centro: era la más joven y la más venenosa de las tres. Retrocediendo siempre y guiándose por el reflejo del escudo, llegó hasta las Gorgonas en el momento en que esta se despertaba. ¡Entonces, dando media vuelta, blandió la hoz que le había prestado Hermes y la decapitó! La enorme cabeza comenzó a moverse y a saltar por el suelo. Durante un instante, Perseo no supo qué hacer. Luego tomó la alforja que le habían dado las grayas.
-Ay, ¡es demaciado pequeña! No importa, probemos...
Conteniendo su repugnancia, recogió la cabeza. Milagrosamente, la bolsa se agrandó lo suficiente como para que Perseo pudiera guardar en ella su botín. Después de lo cual, la alforja recobró su tamaño.
El héroe no tuvo tiempo de saborear su victoria: un ruido insólito lo alteró. Vio la sangre que brotaba a grandes chorros del cuerpo decapitado de Medusa. De aquella efervescencia rojiza surgieron dos seres fabulosos. Primero apareció un gigante con una espada dorada en la mano. Como Perseo retrocedía, el otro lo tranquilizó:
-Gracias por haberme hecho nacer, Perseo. ¡Mi nombre es Crisaor!
De la sangre de Medusa se desprendía, poco a poco, otra criatura, aún más extraordinaria: un caballo alado, de una blancura resplandeciente...
-Y eh aquí Pegaso- le dijo Crisaor-. ¡Ah... ten cuidado! ¡Las hermanas de Medusa se han despertado! ¡Están bloqueando el paso! ¡No... sobre todo, no te des vuelta!
Rápidamente, Perseo se colocó el casco de Hades. Se volvió invisible de inmediato. Desconcertadas, las Gorgonas se pusieron a buscar a su adversario. Y Perseo, con los ojos protegidos detrás del escudo de Atenea, pudo entonces escurrirse hasta la salida.