En cuanto se quitó el casco, las hermanas de Medusa comprendieron que habían sido engañadas. Salieron de la caverna y se lanzaron en su búsqueda. Perseo estaba listo para hechar vuelo con sus sandalias cuando Pegaso, a su vez, salió de la gruta relinchando.
De un salto, el héroe subió al caballo alado que voló por los aires. Con el rostro azotado por el viento, Perseo estaba radiante de felicidad, ¡había vencido a Medusa y estaba montando el más fabuloso de los caballos! De la bolsa que llevaba en la mano, se escapaban numerosas gotas de sangre. Cada una de ellas, al caer al suelo, se transformaban en serpientes. Esta es la razón por la cual hoy hay tantas serpientes en el desierto.
A la noche siguiente, Hermes se le apareció a Perseo. El héroe agradeció al dios por sus consejos y por su ayuda; le devolvió la hoz y le pidió que restituyera a las tres grayas el casco de Hades y las sandalias aladas; pero por supuesto se guardó la bolsa con lo que contenía...
Una noche, en el camino de regreso y mientras atravesaba una región árida y escarparada, Perseo decidió hacer un alto. Poco después, llegó un gigante. Esta vez se trataba de un coloso tan grande como un volcán, y mantenía curiosamente los brazos alzados.
-¿Qué haces aquí, extranjero?- gruñó-. ¿Sabes que estás muy cerca del jardín de Hespérides? ¡Rápido, vete!
-¡Estoy agotado!- explicó Perseo-. Déjame dormir aquí esta noche.
-De ninguna manera. ¡Mi trabajo no soporta la presencia de nadie!
Perseo no comprendía. Quiso defenderse.
-¿Cómo, te atreves a insistir?- refunfuñó el gigante adelantando un pie amenazador-. ¡Pequeña larva, haré de ti un bocado!
Entonces, el héroe sacó de la bolsa la cabeza de la gorgona cuyo poder, lo sabía, seguía intacto. ¡Se la extendió al gigante que quedó... pasmado! En un segundo, su cuerpo se había transformado en una montaña de piedra. Perseo exclamó:
-¡Era Atlante! ¡He petrificado al que cargaba al cielo sobre sus hombros!
Desde ese día, el gigante se vio liberado de su carga. Y el peso del cielo es soportado por la montaña que lleva su nombre.
Cuando Perseo llegó a la isla de Sérifos, corrió hasta el palacio a presentarse ante el rey Polidectes. Al ver a su madre, se preocupó. El soberano, furioso le lanzó:
-Dánae se escapó! Se niega a casarse conmigo. Se ha refugiado en un templo con mi hermano Dictis, el pescador. Espera la protección de los dioses. Estoy sitiando su guardia, no aguantarán mucho tiempo más. Y tú, ¿De dónde vienes?
-Señor- respondió Perseo-, he cumplido con lo que usted me pidió: le traigo la cabeza de Medusa.
Incrédulo, Polidectes estalló en malvadas carcajadas.
-¡Cómo! ¿Y entra en esa pequeña bolsa? ¿Pretendes haber matado a la gorgona? ¿Cómo te atreves a burlarte así de mi?
-Esta bolsa es mágica- dijo Perseo, que disimulaba mal su cólera-. Crece y se achica en función de lo que se mete adentro.
-¿La cabeza de Medusa allí adentro?- se burló el rey-. ¡Me gustaría ver eso!
-A sus ordenes, señor: hela aquí.
El héroe tomó la cabeza de Medusa y la blandió frente a Polidectes. El rey no tuvo tiempo de responder ni de asombrarse: se transformó en piedra en su torno. Y cuando los soldados y los cortesanos reunidos iban a arrojarse sobre él, Perseo les extendió la cabeza de la gorgona, ¡al punto que quedaron todos petrificados en ese mismo instante!
De un salto, el héroe subió al caballo alado que voló por los aires. Con el rostro azotado por el viento, Perseo estaba radiante de felicidad, ¡había vencido a Medusa y estaba montando el más fabuloso de los caballos! De la bolsa que llevaba en la mano, se escapaban numerosas gotas de sangre. Cada una de ellas, al caer al suelo, se transformaban en serpientes. Esta es la razón por la cual hoy hay tantas serpientes en el desierto.
A la noche siguiente, Hermes se le apareció a Perseo. El héroe agradeció al dios por sus consejos y por su ayuda; le devolvió la hoz y le pidió que restituyera a las tres grayas el casco de Hades y las sandalias aladas; pero por supuesto se guardó la bolsa con lo que contenía...
Una noche, en el camino de regreso y mientras atravesaba una región árida y escarparada, Perseo decidió hacer un alto. Poco después, llegó un gigante. Esta vez se trataba de un coloso tan grande como un volcán, y mantenía curiosamente los brazos alzados.
-¿Qué haces aquí, extranjero?- gruñó-. ¿Sabes que estás muy cerca del jardín de Hespérides? ¡Rápido, vete!
-¡Estoy agotado!- explicó Perseo-. Déjame dormir aquí esta noche.
-De ninguna manera. ¡Mi trabajo no soporta la presencia de nadie!
Perseo no comprendía. Quiso defenderse.
-¿Cómo, te atreves a insistir?- refunfuñó el gigante adelantando un pie amenazador-. ¡Pequeña larva, haré de ti un bocado!
Entonces, el héroe sacó de la bolsa la cabeza de la gorgona cuyo poder, lo sabía, seguía intacto. ¡Se la extendió al gigante que quedó... pasmado! En un segundo, su cuerpo se había transformado en una montaña de piedra. Perseo exclamó:
-¡Era Atlante! ¡He petrificado al que cargaba al cielo sobre sus hombros!
Desde ese día, el gigante se vio liberado de su carga. Y el peso del cielo es soportado por la montaña que lleva su nombre.
Cuando Perseo llegó a la isla de Sérifos, corrió hasta el palacio a presentarse ante el rey Polidectes. Al ver a su madre, se preocupó. El soberano, furioso le lanzó:
-Dánae se escapó! Se niega a casarse conmigo. Se ha refugiado en un templo con mi hermano Dictis, el pescador. Espera la protección de los dioses. Estoy sitiando su guardia, no aguantarán mucho tiempo más. Y tú, ¿De dónde vienes?
-Señor- respondió Perseo-, he cumplido con lo que usted me pidió: le traigo la cabeza de Medusa.
Incrédulo, Polidectes estalló en malvadas carcajadas.
-¡Cómo! ¿Y entra en esa pequeña bolsa? ¿Pretendes haber matado a la gorgona? ¿Cómo te atreves a burlarte así de mi?
-Esta bolsa es mágica- dijo Perseo, que disimulaba mal su cólera-. Crece y se achica en función de lo que se mete adentro.
-¿La cabeza de Medusa allí adentro?- se burló el rey-. ¡Me gustaría ver eso!
-A sus ordenes, señor: hela aquí.
El héroe tomó la cabeza de Medusa y la blandió frente a Polidectes. El rey no tuvo tiempo de responder ni de asombrarse: se transformó en piedra en su torno. Y cuando los soldados y los cortesanos reunidos iban a arrojarse sobre él, Perseo les extendió la cabeza de la gorgona, ¡al punto que quedaron todos petrificados en ese mismo instante!